Leo en facebook que la doctora Christiane Northrup está haciendo un reto de “30 días comiendo sentada”. Es decir, que todo aquello que come lo hace sentada. Y dice que esto “está cambiando su consciencia”.

Pienso en la manera en que algunos comemos hoy en día: de pie, viendo la tele, delante del ordenador… Dejo a un lado si nos nutre más o menos, si fomenta las relaciones familiares o no, si comemos de más o de menos.

Lo único en que pienso es en el placer de comer.

Comer sentado es un primer paso para ponerle consciencia al momento; otras ideas que nos ayudan a conectar con el placer son:

  • Cuidar el contexto en el que comemos: poner la mesa de manera que nos guste, colocar la comida en el plato con cuidado para que a la vista también le guste o encender esta o aquella luz.
  • Comer sin ver la tele o leer, para no distraerte de las sensaciones.
  • Tomar la comida sin prisa, degustándola.
  • Rodearnos de objetos que nos gusten, el plato o beber el agua (¡o nuestro vino!) de un vaso bonito.

Podemos hacer todo esto cuando estamos a solas, como una dulce atención con nosotros mismos, o compartirlo.

No hace falta complicarse con adornos ni hacer una presentación de “nouvell cuisine” cada vez que comamos. Basta con comer sentados, sin ruidos, sin imágenes que nos distraigan.

Entonces los sabores se vuelven intensos en la boca, te das cuenta de cómo se mezclan, de la textura, del calor o del frío y de si quieres más o menos de esto o aquello.

Las dietas fracasan, en parte, porque se basan en la idea del control, de sacrificarnos; antes o después se vuelven insoportables porque chocan con nuestra relación fundamental con la comida: el placer.
A muchas personas a dieta el placer les parece peligroso porque creen que si se dejan llevar por él no podrán controlar su alimentación y engordarán inevitablemente. Como si nuestro instinto primitivo de disfrutar fuera peligroso y sólo la voluntad de la mente pudiera controlar nuestro cuerpo y sus triviales “caprichos”.

Bendito cuerpo y bendita comida.

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