La semana pasada mi pareja enfermó. Era una gripe normal y corriente, de esas que se pasan en unos días, pero hubo algún momento en el que se preguntó si no tendría algo más grave, como un cáncer. Yo le escuchaba y pensaba “¡Qué exageración, Dios mío!”. Se lo dije de forma más cariñosa (hay momentos para todo) y le preparé una sopa de verduras.
Pero su forma de reaccionar no me es ajena. Yo tiendo a preocuparme mucho si surge algún problema que no puedo resolver pronto o que imagino con graves consecuencias.
Hace un par de años empecé a tener un dolor de espalda constante, resultado de dos hernias discales. No tuve más remedio que dejar de meditar sentada, visité a unos cuantos médicos e hice rehabilitaciones varias (gracias Daniel López, por fin algo funcionó). El miedo a que nunca se aliviara me acompañó ese año, rayando en la obsesión.
Con el tiempo y las terapias, entre ellas la Gestalt, he entendido que algunas personas, dependiendo del carácter, hemos aprendido a reaccionar frente a los problemas preocupándonos u obsesionándonos, como una estrategia para intentar solucionarlos. Por suerte se puede aprender a convivir con esta tendencia, como con todas.
A continuación te cuento lo que a mí NO me ha ayudado a gestionar la preocupación y lo que SÍ me ha servido:
Lo que NO me ha ayudado
- Explicar mi problema una y otra vez, a familiares, amigos o quien sea. Puede aliviarme temporalmente, pero fácilmente se convierte en una queja que no me lleva a ningún sitio
- Hacer algo para distraerme, como ver la TV, quedar con gente o comer chocolate negro sin azúcar. La preocupación no se pasa, sólo se queda al acecho esperando a que pares por un momento
- Tomar pasiflora, valeriana, tila, somníferos o unas cañas. Las hierbas no pueden con semejante bestia y el resto te deprime al día siguiente
- Criticarme a mí misma por darle vueltas y obsesionarme, con palabras como: “A ver si dejas de ser así”, “No tiene sentido”, “Eres-adulta-por-dios-piensa-con-algo-de-lógica”
Lo que SÍ me ha ayudado
- Meditar. Poner la atención en otra cosa que no sea el pensamiento. Atención a la respiración, al cuerpo, a un objeto, da igual. Aunque cueste, aunque parezca que no sirve de nada… ponerme a meditar. La ansiedad baja enormemente
- Escucharme, escucharme, escucharme. Como lo haría con una niña pequeña asustada. Saber qué me pasa, qué me da tanto miedo, aunque parezca una idea irracional. Si me asusta que el dolor de espalda me impida salir a la montaña durante toda mi vida no pasa nada, eso es lo que pienso, no estoy loca, sólo tengo miedo a perder algo valioso
- Parar, sentarme en el sofá con una buena infusión y preguntarme: “¿Qué necesitas?“. La clave está en poder mirar a la niña asustada y a la situación desde fuera, como lo haría un adulto amoroso y lógico, de mente clara. Necesito ver a otro médico, enviar ese email, aclarar lo que pasó… A veces me ha ayudado pensar que el problema no lo tengo yo sino un amigo y que yo le doy la solución
- Pedir consejo a alguien que tenga esa mente clara y resolutiva, sobre todo en caso de que uno mismo no pueda hacer de observador del asunto (si las aguas están muy revueltas)
- Pasar a la acción. Sé lo que hacer, adelante. No estoy segura, adelante, ya me aclararé por el camino. Hay situaciones en las que preocuparse sin pasar a la acción es peligroso porque el problema se puede agravar.
- Aceptar la situación tan temida, aceptar el peor de los resultados: si a partir de ahora me conocen en el centro de meditación como “la rara que medita tumbada” pues que así sea. Pensar que podré convivir con cualquier condición final.
Pero sobre todo he aprendido que los “defectos” de carácter tienen un lado útil porque una vez apaciguados podemos usarlos a nuestro favor . Cuando planifico un viaje o un proyecto, por ejemplo, la preocupación se convierte en una buena amiga que me avisa de los posibles peligros. O la obsesión, ya domesticada, me da fuerzas, me empuja a seguir adelante cuando me desanimo porque creo que algo no es posible.
Si esto de lo que hablo te suena y quieres compartir tu experiencia más abajo me encantará leerlo. ¡Bienvenid@ al mundo de los humanos!
Gracias, muy enriquecedor. Me quedo sobre todo con escucharme, aceptar la peor situación y pasar a la acción!!
un abrazo 🙂
Gracias a ti, Oscar, por el comentario, me gusta saber qué opinan los demás sobre lo que escribo, así me enriquezco yo también. Que vaya bien y otro abrazo.
Muchas gracias Cristina! Justo esta semana he tenido un temazo y tu artículo me viene fantástico! En mi caso me he dado cuenta que me es muy fácil meditar cuando estoy bien conmigo mismo, pero estos días por ejemplo, me cuesta muchísimo, es como si mi mente no pudiera parar, y me dijera: estoy nerviosisima, no me pares!! En mi caso me ha servido ponerme a bailar con algo de musica oriental relajante y dejarme llevar por la música. Ya mas centrado pasar a la acción. Aun y así, creo que estos momentos son muy reveladores y nos dan grandes pistas para seguir avanzando, aunque sean duros atravesarlos.
Gracias por tus artículos!! Un fuerte abrazo
Hola Mark,
¡Me alegro de que el artículo te haya venido bien! – que te sirva a ti.
Sé a lo que te refieres con lo de que tu mente no puede parar cuando hay algo gordo por ahí… a mí me cuesta también. Lo que me ayuda es calmarme desde lo cognitivo, analizando lo que me pasa (pero esto depende del carácter de cada uno, claro).
Probaré tu idea del baile en esos momentos, a ver qué sucede, me ha sonado bien. De todas maneras, sí, esos momentos son como ORO cuando los entendemos mental y emocionalmente, menos mal, ¿no? Recordar que sirven para algo es un alivio.
¡Gente, recordadlo! ¡Estáis mal pero ahí está vuestro tesoro! 🙂
Gracias por pasarte por aquí. Un abrazo de vuelta.
Cris