(En la foto, unas vacaciones pasadas en Santorini)

Se acercan las vacaciones de Semana Santa. “¿Qué vas a hacer?” – me pregunta mi amiga Natalia.

“Seguramente me quede en casa cuidando a los gatos. Xavi se va a Mallorca y aprovecharé para  leer la novela pendiente e ir al gimnasio”. “Horror” – me digo a mí misma. “¿Y si no desconecto del trabajo y me paso los días leyendo y escribiendo sobre psicología o, lo que es peor, limpiando la grasa del extractor?”

¿Te ha pasado esto alguna vez? ¿Pensar en algo futuro y sospechar que no te gustará?

O tener una reunión familiar e imaginar que va ser un desastre porque tu hermano se pondrá a discutir de política.

O llegar al apartamento que has alquilado en verano (en el que te has gastado tus ahorros), ver que es una planta baja, que por tu terraza pasan todos los vecinos y pensar que las vacaciones serán un horror.

Esto me pasó a mí el verano pasado, es cierto.

Cuando me encuentro atrapada en una situación parecida pienso en algo que escuché decir a Wayne Dyer (el del libro Tus Zonas Erróneas) y que desde entonces me ha ayudado mucho:

La felicidad no te llega y ya está, es algo que eliges de antemano.
(Lo dijo de forma más elegante pero no recuerdo cómo)

Es decir, que cuando pienses: “A ver si me lo paso bien este fin de semana, con este plan que tengo, o en esta reunión, o con esta persona”.

Cámbialo por “pase lo que pase estará bien”, pase lo que pase “yo estaré bien”.

O dicho de manera más clara: si no tienes felicidad… ¡la generas!
Cuando llegué al apartamento de verano y vi aquella terraza, que en la cocina no había más que un triste infiernillo para hervir pasta y que la casa era tan oscura como una cueva paleolítica sentí que tenía dos alternativas:

a) Pensar que ese sería un verano espantoso

b) Pensar que estaría bien, tal como era

Que disfrutaría de la compañía de mi pareja y su hija, de la suerte de tener a mis padres cerca. Decidí que cocinaría platos sencillos y ricos y que saldría a la terraza por la noche, cuando menos gente pasa. Decidí tomármelo con humor y verlo como una película de Almodóvar. Recordé que sólo eran unos días los que pasaría allí. Recordé que era verano y que me encanta el calor. Decidí en mi corazón que yo estaría bien y que aquellas vacaciones serían un regalo y no un espanto.

Sé que cuando digo que la felicidad podemos elegirla por adelantado a alguno no le gustará. Claro, es como decir que si uno no es feliz es porque no quiere. Pero hay muchas situaciones cotidianas en las que sí podemos elegirla.

Hay otras más difíciles: cuando uno enferma gravemente, tiene problemas económicos, duelos que pasar… Entonces hace falta mucha fuerza, coraje y aceptación. Al final, dicen los sabios, hasta con eso se puede ser feliz. En esto no soy experta, ojalá que un día llegue a ser feliz con cualquier dificultad que me toque vivir.

Así que ya sabes, si te encuentras en una situación de esas cotidianas prueba esto a ver si algo cambia:

1. ponle humor

2. ponle amor

3. y recuerda que todo es temporal

Para acabar te dejo este vídeo que me ha gustado mucho: una mujer habla sobre un infarto cerebral que tuvo, cómo eso la conectó con el amor y la felicidad. Luego se curó. Al final del vídeo yo también me emocioné con ella. Sobre todo cuando dice: “Tú puedes elegir”.

Que estés bien,

nombre

 

P.D: el vídeo es un poco largo pero merece la pena