Me decía una lectora del blog que le cuesta dejar de culparse cuando toma una decisión que implica a otra persona; porque sospecha que a ella o a él no le va a gustar.

Sí, pensé, a mí también me ha pasado.

¿Sabes cuando no quieres ir a esa cena con tu pareja porque prefieres quedar con tus amigos y no sabes cómo decírselo? O cuando sigues en una relación que no es honesta ni te hace bien porque te sabe mal cortarla.

Cuando tienes que decirle a tu hijo pequeño que se calle un rato y no puedes. O cuando sueñas con irte sola de vacaciones en Navidad y dejar a la familia poniéndose hasta arriba de turrón, como todos los años, pero no lo haces.

¿Te has encontrado en esto o algo parecido?

Lo que te puede estar pasando

Esta culpa es “especial” porque es anticipatoria, no ha pasado nada malo pero temes que el otro se enfade y deje de hablarte, te la devuelva o se quede muy dolido.

En el fondo tienes miedo a que la relación se rompa y la otra persona deje de quererte para siempre.

Pero a veces también hay miedo a hacer daño al otro, a que no lo pueda superar. Y, lo que es peor, que tú seas el responsable de esta historia, el malo.

Mira esto: creo que es muy importante distinguir si sentimos culpa porque pensamos que haremos un daño real al otro o si la culpa es por hacer algo diferente a lo que al otro le gustaría y que te conecta con tus deseos y tu crecimiento.

Esto lo explica bien Joan Garriga en el libro Lograr el Buen Amor en la Pareja: Hacemos daño cuando agredimos, no cumplimos compromisos o no saldamos las deudas (en muchos niveles), por ejemplo. En este caso es mejor asumir la culpa o la responsabilidad, integrarla y compensarla si es posible, haciendo algo bueno por el otro en vez de dañarte a ti mismo.

De lo que te hablo hoy es de la otra culpa, la que aparece al conectar con tus deseos, tus valores y tu camino de crecimiento.

Cómo superar esta culpa

1. Practica la vulnerabilidad radical

Si intuyes que puede haber un conflicto con la otra persona por seguir tus deseos habla con ella y se transparente con lo que te pasa y quieres.

Mejor si lo haces desde lo que tú sientes y necesitas; no echándole las culpas.

Ya sabes, ¿no?, en vez de: “quiero salirme de este proyecto porque te pasas el día diciéndome lo que tengo que hacer y estoy harta de que no me entiendas” prueba algo como: “quiero salirme de este proyecto porque veo que discuto mucho contigo y cuando lo hago me pongo triste y me desmotivo.”

Cuando hablas honestamente de lo que te pasa te pones en postura de “vulnerabilidad radical”, pero abres la puerta a un diálogo para que cada uno se haga cargo de lo que le toca y no cargues tú con la culpa.

2. Pregúntate: ¿Con quién estoy enfadado?

El que se culpa se enfada consigo mismo : “no puedo hacer esto, sería horrible, me siento fatal, soy mala persona”. ¿Qué pasaría si ese enfado lo giraras y enfocaras hacia otra persona?

Hay una teoría psicológica que dice que la culpa es una agresión o rabia dirigida hacia alguien externo que uno no quiere sacar. Para evitarla (porque la creencia es que rompería la relación) uno la dirige hacia adentro, hacia uno mismo.

Puedes probarlo: ¿Qué es lo que te da rabia de esa persona con la que te sientes culpable? ¿Qué es lo que hace (o deja de hacer) que te enfada o molesta? No creo que sea necesario decirlo siempre; si te permites contactar con esa rabia podrás coger fuerzas para respetarte a ti mismo en vez de machacarte con la culpa.

3. Sostén la culpa.

Cuando yo siento culpa mi primer impulso es: “¡No quiero tenerla!” – es una emoción  tan desagradable, ¿verdad?

Lo que he aprendido es que a veces, para superarla, no queda más remedio que sostenerla hasta que pasa. Es un precio a pagar por dejar de ser “un niño bueno” frente al otro, de dejar de satisfacer sus deseos. Con los padres, por ejemplo, es más claro: uno se separa de sus maneras  y empieza a vivir su vida con cierta cantidad de culpa a veces, inevitable como parte del proceso.

Gestionar la culpa pasa también por asumir que no todo está en nuestras manos: si el otro se enfada o sufre quizás no podemos ahorrárselo y sí confiar en su capacidad de superarlo. Al hacerlo también le reconoces su fuerza y dignidad.

¿Te suena todo esto? ¿Te has encontrado tú en una situación parecida?  ¿Cómo lo haces para superarla? Tienes tu espacio abajo, en los comentarios. Nos vemos allí.

Con cariño,

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