Apago la tele. Llevo tres meses sin ver un telediario…como mucho los titulares y el tiempo, para saber si va a llover y qué ropa me pongo al día siguiente. He decidido no ver el lado malo de las cosas, en la tele están decididos a contármelo pero yo me niego.

Me noto como más contenta y animada, ¡qué bien! Tengo ánimos, ¡fuerza!

¿Dónde hay que ir? Allá voy. – Creo que podría escalar el Everest en un día, de la energía que tengo.

Un día estás bien, el siguiente no.

Me despierto al día siguiente con la sensación de haber tenido una pesadilla. Hace frío, tengo sueño  y pocas ganas de levantarme…. pero estoy decidida a subirme el ánimo, abrir el correo y hacer unos retoques a la web con ganas (¿cómo era eso del Everest?).

Me preparo un té, me pongo mi chaqueta de borreguillo, enciendo la calefacción, pongo un incienso.

Chequeo mi estado de ánimo… pero nada, no mejora, no hay manera. El correo se me hace pesado, no tengo ninguna inspiración para escribir la página nueva de la web y me siento triste. Por mucho que intente ver el lado bueno del día no lo logro.

Paro. Me doy cuenta de que estoy luchando contra mí y contra el malestar. Así que me siento en la cama entre los almohadones blanditos (siempre lo hago cuando necesito parar y pensar).

Sé por dónde tengo que empezar.

Conecto con lo que me pasa, le pongo palabras y me digo mi mantra: “Aunque me sienta triste, aunque no tenga energía, aunque no pueda valorar lo mucho que tengo, me acepto y me apruebo completamente.”

Repito: “Me acepto y me apruebo completamente”.

“Aunque me sienta pequeña, incapaz y pesimista me acepto y me apruebo completamente”.

Sin condicionantes, sin pretender ser de otra manera. Me acepto sin límites, sin preguntas, sin buscar el lado bueno. Digo sí a todo, a todo lo que siento. Porque sí. Sin tener que cambiar, sin tener que superarlo, sin saber nada. Me acepto total y profundamente.
¿Y sabes qué? Algo cambia, sonrío. Casi me da la risa. Lo que me pasa se hace ligero. Ahora me siento en buena compañía. Ahora que se ha ido la pequeña tirana que me obligaba a estar bien.

Ahora empiezo a ver algo: “¡Claro, por alguna razón estoy así!” – intuyo la razón. “De momento, necesito hacer las cosas más despacio… y volver a conectar con el placer de escribir”.

Sólo si acojo lo que siento en este momento puedo empezar a mirarlo y cambiarlo.

Así que si hoy estás en el lado malo quizás no puedas hacerlo de otra manera. Por ahora estás ahí, hasta que cojas fuerza para hacer algo distinto.

O quizás tengas que hacer lo contrario y parar, como yo. Darte un tiempo.

O replantearte qué estás haciendo, con quién te relacionas. Si te gusta o no.

O soltar un sueño al que te has aferrado y volver a la realidad.

¿Cuánto tiempo? No sé. Quizás hasta que descubras qué mensaje tiene para ti estar mal.

Pero antes acoge lo que te esté pasando.

Porque si puedes respetar y querer a tu alma cuando está encima de la ola, surfeando, pletórica y disfrutando, hazlo también cuando está debajo de la ola, revolcada e incómoda.
Si puedes darte palmaditas en la espalda cuando las cosas te van bien hazte un hueco y date calor cuando te van mal.

En honor a tu camino, a tu aprendizaje y a tu sabiduría interna, que siempre está.

Porque eres bueno cuando estás alegre y bueno cuando estás triste.

Eres valioso cuando tienes energía y valioso cuando estás apagado.

Y eres tu mejor maestro, tu gurú y tu guía más preciado en los peores momentos.

Sólo permítete estar en lo que estás.

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