Llevo un año escribiendo artículos. Dos o tres veces al mes. Justo antes de darle al botón de “Publicar” tengo miedo, para qué te voy a engañar. Siento como si estuviera dando pasos en un trampolín altísimo, a punto de saltar a una piscina de agua oscura.

Mientras me acerco al borde del trampolín me digo a mí misma cosas como: “¿Qué van a pensar cuando lo lean? ¿Gustará esto que he escrito? ¿Es demasiado largo, cursi o autorevelador?

Por un segundo me imagino que ya lo he publicado y en mi mente aparecen dos escenas.

En la primera veo a todos los lectores con los pulgares hacia arriba, como en un circo romano, sonriendo y felicitándome (¡qué éxtasis para mi ego!).

En la segunda escena me imagino a unas cuantas personas con el pulgar hacia abajo y cuchicheando entre ellas sobre lo malo que es el artículo, antes de soltar a los leones para que me despedacen (también es el ego, no te creas).

Un poco exagerada, sí, pero te aseguro que esta segunda visión me obsesionaba al principio.

Hasta pensé en dejar de escribir para ahorrarme el mal trago.

Tengo que aclararte que algunas veces las críticas no sólo estaban en mi imaginación; de hecho algunas personas me han dicho que deje de dar consejos o que mi estilo es simplista.

¿Te ha pasado a ti alguna vez? ¿Que se te hace insoportable el sentirte criticado, que has preferido callarte en una reunión por miedo al “qué dirán” o que has presentado un proyecto y te has quedado enganchado con los comentarios negativos?.
Ya ves que a mí sí.

A pesar de todo he ido haciendo clic en el botón de “Publicar” durante estos meses; en parte porque me he dado cuenta de dos cosas. A mí me han ayudado a seguir adelante y las quiero compartir contigo por si a ti también te son útiles:

nº 1 – Cuando queremos gustar a todos es porque buscamos amor incondicional.

Probablemente porque en la infancia no lo tuvimos o no tuvimos el suficiente.

Así que si te pasa lo que a mí recuerda que los demás no pueden cumplir esa fantasía porque no son papá ni mamá. Es el niño interno quien necesita oír que está bien tal como es y que es querido de cualquier manera. Esto se puede sanar en la terapia, pero un primer paso es poder reconocerlo y acogerte un poco.

Como hace un perro cuando se lame una herida: asumir que hay un daño emocional antiguo que es de uno mismo, que duele y que es necesario atenderlo en vez de luchar por gustar a todos.

nº2 – Pregúntate: ¿Para qué hacer eso que me cuesta? ¿Cuál es mi motivación?

Porque si tienes clara tu motivación vas a salir al centro del circo romano a por todas (le he cogido gusto a la metáfora)

Yo sé que escribo porque quiero contar cosas que inspiren a los demás, que les ayuden a ver las dificultades de otra manera, que les recuerden que hay esperanza y que pueden estar bien con ellos mismos.

Además lo hago para darme a conocer a través de Internet, que las personas sepan lo que hago y cómo pienso y decidan (si llega el caso) si quieren trabajar conmigo.

Y por último, e igual de importante, porque hay un grupo de hombres y mujeres suscritos a mi blog que me leen y escriben, a los que tengo mucho cariño (no exagero) y a quienes deseo aportar algo que les sirva en su día a día.

Cuando contacto con todo esto, las críticas que yo imagino, o las que pueden venir, no tienen peso.

Las acepto porque son parte del proceso de exponerme y porque hay tres razones poderosas por las que seguir escribiendo.

Así que cuando tengas miedo de recibir críticas pregúntate para qué lo haces y por qué merece la pena que hagas o digas eso que deseas. Porque ahí está tu fuerza, con la que podrás surfear las críticas por muy duras que vengan.
Piensa que cuando te muestras, hagas lo que hagas, vas a gustar a unos sí y a otros no.

Y además, cuando morimos lo que realmente importa es la huella que dejamos, la luz que fuimos para otros. O al menos eso es lo que recuerdo yo de los que se fueron.

Así que ya sabes… ¡brilla!

Besos,

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