Venía de unos meses en los que tuve poco tiempo para relajarme: mi pareja se lesionó la rodilla y yo estuve siguiendo una dieta complicada para mejorar la digestión: comprar, cocinar y mucho organizar. Resultado: tenía la energía rozando los números rojos.
Así que llegué al apartamento achicharrada de calor, dejé mi bolsa, fui al super a comprar comida para varios días y lo decidí.
Iba a hacer un experimento
El experimento
Primero tengo que contarte lo bien que me sentó llegar de vacaciones: con mis libros, mi diario para escribir, gafas de sol, bikini y sólo un pequeño proyecto de trabajo (que nunca llegué a hacer).
Pintaba delicioso.
Y además sola, con total libertad para hacer lo que quisiera y cuando quisiera….
… o eso me decía a mí misma.
Al cabo del segundo día me di cuenta de algo incómodo: aunque tenía toda la libertad de hacer lo que me diera la gana a veces dudaba sobre qué hacer. Sentía una especie de “obligación”.
¿Cómo vas a ponerte a ver un capítulo de The Big Bang Theory en vez de fregar los platos? o ¿Cómo vas a tirarte a dormir en vez de ir a la playa, con el día que hace?
No tenía ningún horario ni compromiso, sólo dependía de mí.
Así que ahí me vino la idea ¿Y si hago sólo y únicamente lo que me apetezca hacer, cuando y como me apetezca hacerlo? De manera radical, no a medias tintas. ¿Sería eso la libertad total, el nirvana vacacional, el purito goce?
(Vista desde el apartamento donde pasaron todas estas cosas, un sitio precioso, perfecto para el experimento)
Goce sí, pero a medias
Pues me puse a ello, a hacer lo que me diera la gana.
Fue muy divertido y un poco caótico, también es verdad, porque no había ninguna regla ni horarios.
Pero a momentos se colaban las voces esas, sutiles, que me hacían sentir incómoda. No las de mis vecinos franceses a las 2 am volviendo de fiesta sino las mías propias, las que me dicen cómo tienen que ser las cosas. Las que me explicaban que sí, que hiciera lo que me diera la gana, pero que aún así había cosas que “se supone” debía hacer.
Era de verdad una ocasión única, porque ¿cuántas veces podemos hacer eso en el día a día, sin dar explicaciones a nadie, incluso ni a uno mismo?. Y allí estaba yo sin poderla disfrutar del todo.
Conclusión
Así que algo harta de mi juez interno empecé a preguntarme: ¿Qué me va bien hacer ahora? ¿Realmente qué me haría bien?
Probé a dejar que mi cuerpo y mi deseo me guiaran, sin interferir pensando en cómo deberían ser las cosas.
Me dí cuenta de que cuando mi cuerpo me pedía dormir es porque aún tenía que descansar más. Cuando me pedía dejar los platos sin fregar después de comer es porque la sangre estaba en el estómago y era más sano sentarme, no activarme. Cuando me pedía leer en vez de ir a correr es porque en ese momento estaba lista para enterarme del libro.
Y de golpe, cuando hacía lo que de verdad quería, llegaba un momento, en ese mismo día, en que me ponía a limpiar los platos con ganas … o notaba muchas ganas de moverme, así que me iba a caminar.
Me salía de forma natural hacer este tipo de cosas, sin esfuerzo.
Vi que en la libertad yo misma me autorregulaba y acababa haciendo lo que era bueno para mí, fuera lo que fuera.
Ya sé que la disciplina me ha llevado muy lejos y también reconozco que he logrado muchas cosas con mi fuerza de voluntad.
Porque tengo una naturaleza en la que puedo confiar.
Luego volví a la vida “normal”, con sus horarios, citas, llamadas que atender y esa libertad se fue haciendo más pequeña, incluso hasta me olvidé del experimento. Imagino que si tienes personas que dependen de ti o hijos aún verás más complicado tener un poco de tiempo libre para hacer lo que te dé la gana.
Sin embargo mi objetivo, ahora que casi me desconecté, es recordarme esta pregunta: ¿Qué me va bien hacer ahora? ¿Realmente qué me haría bien?. Recordármela aunque esté en mis compromisos. Recordármela tanto en los ratitos cortos que tenga para mí como como en los detalles que parezcan tontos (¿me siento en esa silla o en esa otra? ¿sigo escuchando a esta persona o la corto?). Recordármela tanto durante el fin de semana como en los quince minutos que tenga libre entre sesiones de terapia.
¡De hecho me la voy a colgar en post-its por varios lugares de la casa!. Te invito a que lo pruebes, aunque sea en las decisiones más pequeñas, y que veas cómo te sientes.
(En este artículo describí una manera concreta de hacerlo, paso a paso)
Ojalá que te lleve al cuidado, el respeto por ti y el placer.
Si lo haces cuéntamelo en los comentarios más abajo. Y aunque no lo hagas… ¿has probado ya algo parecido? ¿Te parece posible o más bien irreal? Eres bienvenid@.
Besos,
Creo que me voy a tatuar este post en el cerebro, me ha encantado. Hay algunas claves bastante certeras.
Suscribo muchísimo el destacado final, en especial “ya tengo una sabiduría innata que me llevará por un buen camino de manera mucho más fácil, sin esfuerzo”. Gracias por recordarlo 🙂
¡Un beso enorme y que tengas un buen día, Cris!
Dani
Qué gracioso, ¡tatuarte el cerebro! Y sin embargo yo me lo haría para integrarlo… Me alegra Dani que te recuerde algo de ti. Un beso 4 you too!
Hola Cristina!
Me alegro de volver a leerte!
La verdad, es que me siento bastante identificada con lo que cuentas, ahora mas que nunca sería bueno conectar con nosotros, porque tenemos demasiadas distracciones y nos olvidamos de lo fundamental.
Saludos!
Carmen
¡Hola Carmen! sí, aquí estoy después de un buen tiempo en pausa.
Al hilo de lo que dices tú, si no conectamos con nosotros ahora, tarde o temprano lo tendremos que hacer, porque viene un golpe de esos que te da la vida y te obliga a pensar en lo fundamental, y me incluyo.
Me ha alegrado verte aquí, un beso!
Hoy me llegó esta frase, que viene apoyar tus conclusiones: “No hace falta empujar la vida. Cuando el esfuerzo es necesario, la fuerza aparece.” Sri Nisargadatta Maharaj.
Un abrazo! Núria
Ayer cuando me la recordaste no reparé en el final “cuando el esfuerzo es necesario, la fuerza aparece”
Gracias!
Hola Cristina que gusto volver a leer tus artículos. Me he acordado de ti en bastantes ocasiones. Yo quise hacer lo mismo que tú este verano aunque el juez interno me castigó de lo lindo. No hice practicamente nada aunque lo viví fatal y a posteriori me di cuenta que era lo que necesitaba desconectar. La próxima vez lo haré frenando el perro de arriba e intentaré disfrutarlo porque lo único que venía era una culpa inmensa cuando mi cuerpo me pedía no hacer absolutamente nada.
Tendré muy en cuenta la pregunta ¿qué me va bien hacer ahora?
Gracias
Jajaja me has hecho reír… es que me recuerda tanto a mí este verano, con el perro de arriba diciendo cosas horribles y la culpa.
Qué bien que te diste cuenta cuenta de que lo que necesitabas era hacer absolutamente nada. Yo creo que eso está tan mal visto… tirarse en el sofá y hacer el brócoli (como dice una terapeuta). Es absolutamente necesario :). Ojalá que encuentres huecos para hacerlo. Un beso!