Hace dos días hablaba con un cliente sobre la rabia que nos da cuando compartes algo que tienes en la cabeza con un amigo o tu pareja y lo primero que hace es darte un consejo. Te quedas sin ganas de seguir hablando o frustrado.

¿No te ha pasado?

El monstruo del consejo, lo llaman algunos.

Me dirás que exagero, que no es un monstruo, porque cuando damos un consejillo es para ayudar a la otra persona.

Pero la verdad es que muchas veces no estamos realmente escuchando para entender al otro sino que estamos escuchando para responder. Me arriesgo a decir que es así.

Además me gusta llamarlo “monstruo” del consejo, porque asoma la cabeza cuando menos te lo esperas, cargándose de un mordisco la relación.

Ahora verás por qué.

Cómo aparece y qué problemas trae

Mira si esto te suena. El monstruo aparece de esta manera:

  1. Estoy hablando contigo y estoy pensando a la vez en la solución a lo que te pasa.
  2. A continuación espero a que respires y te pares un poquito para – ¡zas! – meter mi opinión.

¿Te es familiar? Te aseguro que yo también lo he hecho.

Cuando saltamos a la yugular del otro con un consejo aparecen dos problemas: para empezar, el primer mensaje que recibe nuestro amigo, pareja o compañero de trabajo es que, en el fondo, no tenemos interés en entenderle (horrible…).

Y para seguir, cuando creemos que tenemos la solución al problema del otro nos ponemos por encima de esa persona (peor aún…).

Domar al monstruo del consejo

Si queremos tener relaciones más auténticas necesitamos estar más presentes y domar a este pequeño monstruo. Estas son algunas sugerencias que se sabe que funcionan:

  • Obsérvar y mirar cuántas veces se nos disparan las ganas de dar un consejo, incluso sin conocer bien la situación o saber cómo lo está viviendo la otra persona.
  • En vez de hablar despertar nuestra curiosidad por ese amigo o la pareja y por lo que debe ser para ella pasar por eso que nos cuenta. Todos somos diferentes y, si de verdad queremos tener una relación auténtica, uno de los pilares básicos es querer conocer al otro de verdad. (Te pongo un ejemplo que me pasó justo ayer: llamé a un amigo para contarle un problema y en vez de darme una solución me ayudó a analizarlo… al final vimos que no era grave. Eso fue el mejor de los regalos.)
  • Recordar que no sabemos realmente qué es lo mejor para las otras personas. Así que, si queremos compartir algo que nos ha funcionado a nosotros podemos decirlo desde ahí y con la humildad de aceptar que al otro puede que no le interese un carajo.
  • Y lo más fácil de todo pero lo que más me ayuda a mí, eligir cuál es nuestra intención interna antes de estar con esa persona. La que me gusta elegir es:
No quiero arreglarte ningún problema. No quiero darte soluciones. Quiero estar contigo y punto, a tu lado. Conocerte más y compartir mis cosas también.

Como si paseáramos por un paisaje verde, rodeados de montañas. Uno al lado del otro, en silencio o hablando, sintiendo la tierra en los pies y a ti a mi lado, como amigos, como iguales.

Eso es para mí la presencia, el mejor antídoto al monstruito, la buena salsa de las relaciones.


¿Cómo es para ti estar presente con otra persona? ¿Qué quieres añadir para que los demás lo tengamos en cuenta? Puedes compartir esto o lo que te apetezca en los comentarios.

Con cariño,

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